Mi historia

No planeé crear una marca. Sincreto nació como un espacio para explorar, un refugio donde podía jugar con el concreto y dejar que las manos hablaran. Empecé haciendo materas y portavasos, sin imaginar que ese proceso me llevaría, poco a poco, a contar una historia mucho más íntima.

Desde la universidad he trabajado con el cuerpo y con lo que significa habitarlo siendo mujer. Era mi manera de resistir, de entenderme, de cuestionar ideas que me dolían desde niña: la necesidad de encajar, de callar, de parecer deseable según un molde ajeno.

Con el tiempo, Sincreto se convirtió en un espacio de catarsis. Un universo propio donde podía crear belleza desde lo que alguna vez me hizo sentir fuera de lugar. Me di cuenta de que muchas de mis heridas venían de no haber tenido espacios validantes: ni para lo que sentía, ni para cómo me veía.

Hoy, esa es mi intención: crear objetos que sean símbolos. Piezas que abracen, que cuestionen, que reflejen lo diverso y lo real. Quiero que más mujeres puedan hacer de sus hogares un lugar seguro, donde habite el arte, sí, pero también el reconocimiento, la representación, la posibilidad de verse y sentirse.

Sincreto no es solo cuerpos. Es también todo lo que nos dijeron que debíamos ser. Es la lucha interna, el caos creativo, la ternura, la maternidad, las cicatrices, la historia que cada una carga. Es un lenguaje visual que intenta decir: aquí también hay belleza, incluso donde nunca te dijeron que la había.

— Aislinn Ross